martes, 19 de enero de 2010

Lo corporeo y la corporalidad


Por Miguel Angel Pichardo Reyes

El modo material de existencia
Algunas reflexiones en torno a aquello que llamamos cuerpo o corporalidad (que son diferentes), me ha llevado a indagar en el campo de la filosofía, desde dónde es posible realizar un análisis pormenorizado sobre ese espacio físico llamado cuerpo, pero también sobre aquel espacio subjetivo llamado corporalidad. De aquí que la primera afirmación filosófica que podemos hacer sobre el cuerpo, pero en particular sobre el cuerpo humano, es que es un ser-en-el-mundo. El hombre genérico (los seres humanos) es un ser encarnado, y esta cualidad no es una más entre otras, sino un rasgo esencial del hombre, esto es, es su modo de existencia sobre y en el mundo. La encarnación primeramente es “en” el mundo, como parte de las realidades materiales, objetos, especies, etc. También esta encarnado “sobre” el mundo, al diferenciarse de estas realidades, marcando un hiato entre el ser y la conciencia sobre la existencia: realidad autoconsciente. En este sentido el hombre es un ser de realidades, y su primera realidad es su cuerpo físico.

El cuerpo físico y sus extensiones
Este ser y estar “en” y “sobre” el mundo, hace que el cuerpo humano pueda ser “objeto”, entendido como objeto material. El cuerpo objetivado es una realidad física que puede ser descrita a través de sus características observables, tales como el peso, la talla, la gravedad, extensión, altura, volumen, así como su composición química. Sobre este aspecto o cualidad, se ha investigado mucho, siendo objeto de la física, la química, la biomecánica, etc. Junto a este aspecto físico-material del cuerpo-objeto, se encuentra otra cualidad fundamental: el cuerpo vivo. No se trata de otro objeto, sino de un cuerpo viviente, un ser vivo, el cual se encuentra inscripto en las leyes y ciclos de la vida, tales como el nacimiento, crecimiento, reproducción, enfermedad y muerte. Esta cualidad objetiva ha sido objeto de la zoología, la medicina, la genética, la biología, etc.

El cuerpo vivo y sus evoluciones
Sobre este aspecto resulta importante resaltar la perspectiva evolucionista sobre el cuerpo viviente del ser humano. La semejanza del cuerpo humano se da, cronológicamente, primero con los vertebrados, después con los mamíferos, a continuación con los primates, y finalmente con los antropoides. Hace siete millones de años éramos iguales al chimpancé. Pero estos siete millones de años de evolución han diferenciado al homo sapiens del chimpancé en tres aspectos mínimos, pero esenciales: la posición erecta, la habilidad manual y el desarrollo del cerebro. El bipedismo nos hizo homínidos hace aproximadamente seis millones de años (entre el Mioceno y el Plioceno), pasando de ser cuadrúpedos arborícolas, a bípedos terrestres. Fue esta posición erecta, que desafió a la gravedad, la que posibilito la liberación de las manos, y con esto, las funciones que hasta ese momento tenía la mandíbula, fueron desplazadas a las manos (rasgar, manipular, etc.), lo cual dio pie la transformación de la cara, lo cual propició la habilidad para el lenguaje.

La mano y el proceso de encefalización
De esta forma, la formación de la mano humana ha cumplido un papel fundamental en el proceso evolutivo, ayudando a configurar el lenguaje humano, la cultura y su estrecha relación con las funciones cerebrales. La contracción y pérdida de fuerza de los músculos mandibulares contribuyeron a la pérdida de musculatura del cráneo, lo cual facilito el crecimiento del cerebro, dando lugar al proceso de encefalización, hace poco más de dos millones de años.

La corporeidad vulnerable
Sin embargo, esta evolución del cuerpo físico y viviente del ser humano, también ha dado lugar a aquello que se ha denominado “la primavera extrauterina”, esto es, el carácter deficitario, vulnerable y precoz del ser humano, en comparación con otros mamíferos que después de nacidos logran sobrevivir casi autónomamente en el medio. El cuerpo humano se encuentra desprovisto de órganos especializados para su defensa y sobrevivencia, dotados de instintos residuales e indiferenciados, lo cual lo hace extremadamente vulnerable. Sin embargo, el cerebro ha compensado ese déficit, logrando desarrollar la capacidad de aprendizaje.

Hasta aquí podemos hablar de cuerpo humano, en su sentido objetivo, físico, biológico y evolutivo. El cuerpo, lo corpóreo y la corporeidad, son pues, sinónimos, y apuntan a tres aspectos fundamentales: la materialidad, la extensión espacial, y la objetivación como cosa.

Lo psi y el cuerpo
Es diferente la corporeidad (material, extensa y cosificante) de la corporalidad (subjetiva, deseante, encarnada). En este punto de quiebre, es donde la psicología y las psicoterapias han tomado partido y pueden ser diferenciadas de acuerdo a su aproximación. Por ejemplo, la psicología experimental tendría como objeto de estudio la corporeidad (sea esta humana o animal), así como la psicofisiología, la neuropsicología, y aún, la psicosomática. Por otro lado, las psicoterapias humanistas o las aproximaciones psicoanalíticas al cuerpo, estarías en la segunda categoría, asumiendo como objeto de estudio la corporalidad. Sobre las psicoterapias corporales puede resultar más difícil ubicarlas, dado que algunas, como la somatoterapia, o la vegetoterapia reicheana, así como otras psicoterapias corporales, tratan más bien del aspecto somático, físico y biológico, más que del subjetivo. Sin embargo, existen otras psicoterapias corporales que trabajando sobre la materialidad del cuerpo, apuntan a concepciones más comprensivas, hermenéuticas, existencialistas y fenomenológicas, tales como la bioenergética, las gestalt, y otras nuevas psicoterapias corporales.

El ser encarnado
Al tratar de tematizar el cuerpo, este es dicho en primera persona, ya como ser corporal, el yo-cuerpo o ser encarnado. En todo caso existe una diferencia entre el cuerpo objetivo (corporeidad) y el cuerpo humano subjetivo (corporalidad). La corporalidad no es una parte del hombre, sino el modo propio de ser del hombre. Ahora bien, el hombre, como ser de realidades, realidad autoconsciente de su existir, resulta un vínculo endeble entre el “ser” cuerpo y el “tener” cuerpo, puesto que no existe una total identidad, ni tampoco una total ajenidad entre el yo y el cuerpo. De esta forma, el ser humano es y tiene cuerpo, contando con la capacidad de subjetivarlo y de objetivarlo a la vez. Esta escisión interna al propio ser, se trata de un hiato, un corte o distancia traumática en la propia existencia del ser, marcada en lo más hondo de su subjetividad corporal.

Más allá de los dualismos
La concepción corporalista, la del ser encarnado, mundanizado, busca superar los dualismos al plantear en el ser corporal un momento determinado del espíritu, existiendo no sólo una correlación entre cuerpo y espíritu, sino planteando que toda realización espiritual es una realización corporal. De esta forma el espíritu encarnado o corporalizado, es posible diferenciarlo y especificarlo de cualquier otra realidad no consciente, dada por la voluntad, la inteligencia, la libertad, la conciencia, la mente, el lenguaje, los sentimientos y los pensamientos.

Filósofos del cuerpo
Sobre esta disputa entre el cuerpo y el espíritu, llamo la atención de varios filósofos del siglo XIX, tales como Schopenhauer, Feuerbach y Nietzsche, así como del siglo XX, como Bergson, Husserl, Marcel, Sartre, Merleau-Ponty, Plessner y Zubiri. Estos filósofos trataron de ir más allá de las concepciones dualistas que planteaban al cuerpo como un obstáculo, de menor valor, de desprecio, oscilando entre el dualismo platónico y el dualismo cartesiano, si bien el uno metafísico y el otro ontológico, dando lugar este último, a las interpretaciones racionalistas y mecanicistas, que tanto impacto han tenido en las ciencias. La actual disputa se da entre las diferentes concepciones unitaristas que tratan de probar explicaciones y sentidos a la corporalidad y la espiritualidad, reivindicando el lugar del cuerpo frente a los dualismos platónicos, de más raigambre moral y religioso dentro del cristianismo.

Los monismos
El unitarismo contemporáneo oscila entre las antropologías prefilosóficas de los escritos homéricos (griegos) y los bíblicos veterotestamentarios (semitas), y las concepciones aristotélico-tomistas, las materialistas y las emergentistas. Dentro de las primeras, en la actualidad han sido retomadas las concepciones semitas para reinterpretar la antropología cristiana, que más bien ha sido platónica y agustiniana. En la concepción aristotélico-tomista, se da la unión de forma y materia como dos principios en el ser humano. La interpretación materialista, donde existen varias disputas, se asimila, en términos generales, al hombre como sólo materia, etendiendo por esto, que es susceptible de ser reductible a los procesos biológicos naturales. Finalmente, la emergentista, quizás la más innovadora, trata de la vida espiritual como un proceso de complejización de las estructuras materiales, planteando un salto cualitativo de la organización neurológica.

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